Hablar de Jaisalmer es citarse con la historia, la del desierto Thar quien vio como, en un lugar donde el tiempo parece haberse congelado, surgía la hermosa ciudad de Jaisalmer, labrada con color de arena, convirtiéndose al atardecer en la Ciudad Dorada, apodo que se ganó a lo largo de estos tiempos pasados, varios siglos ya.
Si Simbad el marino pudiera contarnos su aventuras, nos diría que se alojó entre estas paredes mágicas, y que aún conservan todo ese encanto de hace mil anos, embrujo suficiente para hacernos divagar mientras deambulamos por cualquier calle estrecha del fuerte, cruzando desde bazares hasta vendedores de safari, musli o siks, hindús o turistas de cualquier parte del mundo. Suficiente para estremecerse, temblar, y fantasear en medio de ese ambiente tan espectacular.
Hablar del Fuerte de la Colina de Jaisal, es también honrar a Rawal Jaiser, aquel guerrero hijo de una de las tribus del desierto. En 1156 se desarrolló Jaisalmer, nuevamente por razones estratégicas de comercio de especias. Después de vivir varios periodos convulsivos, bajo los mogoles en el siglo XVII, bajo los ingleses después, autores de la gran red ferroviaria en India, y bajo los mismos hermanos de Mumbay, quienes transformaron a Jaisalmer en una ciudad abandonada en 1970, de nuevo, brillante tal oro, resurgió, gracias en gran parte a los turistas, quienes cada ano, vienen nuevamente a embelesar su fuerte, allí asentado en la colina.
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