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2002-11-05

Yo nunca salí de la Habana… Edith

Un viaje por el tiempo. Si, fue como un viaje por el tiempo aunque en Cuba, parece que el tiempo nunca se mueve.

Todo sigue igual, la Habana Vieja, inamovible, soltando ese encanto que tanto la caracteriza y cuyas calles, desde Jesús María hasta Obispo, siguen con parte de esa magia que la hizo tan famosa a eso de los 50, en aquel entonces, la ciudad más hermosa del mundo.


Un autor dijo un día 'el futuro es el sitio que más me gusta porque es allí donde pasaré el resto de mi vida', la verdad es que para la nueva generación de cubanos, y cuando digo nueva, entiendo los de nuestra edad que no están de acuerdo con Fidel y que sueñan desde niños parecerse a uno de esos turistas, con fulas (dólares) en el bolsillo, esta frase es poco esperanzadora.
He visto la Pura y sigue siendo una fiel seguidora de Fidel, por algo era antigua activista del partido comunista, sin embargo cuando Daniel su sobrino de unos 30 años cuenta que gana 8$ al mes y ruega que le enviemos una carta de invitación porque ya no puede más, uno entiende que la juventud quiere a su vez montar una revolución dentro de esta ya permanente revolución, pero lo tendrán difícil. No nace un Che cada 50 años.
De mientras, January se va volviendo toda una mujer y sonríe ante ese nuevo juguete que es la cámara digital.

Los días por la Habana fueron enriquecedores en sensaciones, desde el Ron que nos tomábamos en el balcón de casa Papi hasta los bailes de salsa rodeados de un montón de negritos y negritas, mulatos y trigueñas, todos moviéndo su cuerpo a un ritmo endiablado.
Sin embargo, muchas señales de la dura vida de los cubanos, cámaras ocultas en la plaza de la Catedral, una policía que permite todo al turista y nada al cubano. La hermosa e imponente Odalis simplemente se sentó para charlar con nosotros y una vez que nos fuimos se la llevó la policía a la unidad de Control en dónde permaneció toda la noche hasta la mañana siguiente. A pesar de mis protestas contra la policía hasta las tres de la mañana, se debió de quedar en un calabozo, si si, habéis oído bien, una calabozo para mujeres, con rejas, y esto cuando lo vi me pareció vivir una película.

En fin, después de emborracharnos del ambiente de la Habana, nos dirigimos hacia Trinidad, sin duda alguna, la ciudad más colonial de Cuba, y nuestro sueño siguió haciéndose realidad. La playa Ancón nos deleitó por su agua cristalina y su paz que pudimos admirar incluso desde un catamarán, y de mientras, la noche Triniteña nos regalaba las mejores demostraciones de baile que hubiéramos imaginado.

Después de un relajo esplendoroso de tres días, volvimos a la Habana Vieja, en lo que aproveché para saludar nuevamente a la familia de la Pura, a la madre de mi tan apreciada Emerita que por fin se pudo exiliar en Miami a cambio de un anillo de compromiso, y contarle a mi vieja amiga Edith lo que habíamos visto, aunque nunca me olvidaré de su respuesta :"Yo nunca salí de la Habana"...
Miguel Habana.